Del álbum familiar de Rocío

A mi familia la he echado más de menos de lo que he podido disfrutarla, y eso me ha marcado para siempre. Ha moldeado mi forma de ver el mundo: lo efímero de todo, la improvisación que me guía cada día.

La intensidad con la que algunos se fueron es proporcional a lo increíbles que eran. No hay día en el que no habite un pedacito de mi tía o de mi abuela en mí: en la forma de mirar el mundo, en cómo cuidaban a los animales, en esas anécdotas llenas de gestos y onomatopeyas que narraban con tanta vida.

Todo lo que me impulsa a dedicarme a este proyecto nace de ellas. Nunca me dijeron que algo era inalcanzable. Diseño por ellas y por mí. Diseño pensando en aquellas horas que pasaba buscando pequeñas joyas por la casa, aunque estuvieran rotas. Las ordenaba, las guardaba, las usaba como terapia. Me imaginaba cómo debieron sentirse al llevarlas. Nunca pensé que volvería a imaginar así, pero ahora lo hago mirando hacia adelante, no hacia atrás.

Esto es un canto optimista. Un recordatorio de que los momentos pequeños son los más grandes, y que no hace falta que los días sean perfectos ni que lo que nos rodea lo sea. Se trata de saborear cada sorbo, sin exigirnos demasiado. Solo disfrutarlo. La vida es maravillosa, y aún más lo son las personas que la habitan.