En nuestro taller siempre hay un hilo musical: las herramientas. Suenan desordenadas, caóticas; resuenan fuerte, directas, certeras. Suenan sin cesar y ese sonido es parte de la creación de cada una de las piezas.
El contacto de la piel con el metal, la intuición para saber cuándo algo está finalizado y el trabajo en equipo en el que cada persona forma parte de un movimiento coordinado, como hormigas a las puertas del otoño. Las risas entre pieza y pieza y la tensión en la búsqueda de la excelencia.
Compartir con aquellos a quienes quieres una pieza hecha con tus propias manos y poder compartirla también con todos aquellos que confían en nuestro proyecto. Saber que muchas de ellas forman parte de un momento esencial en la vida de alguien. Almorzar entre pieza y pieza con compañeras que ahora son familia, sentir orgullo de un proceso en el que los derechos se respetan. El resultado al terminar una pieza y sentir que es la primera vez que la ves y quererla. Quererla mucho. El caos de describir un proceso en el que el sentimiento se entremezcla con la técnica. Vivir Simuero cada día.